martes, 13 de mayo de 2008

Laura Campmany

Laura Campmany es una "vieja" amiga nuestra. Desde que Teresa la encontró en las estanterías de la Biblioteca de León nos acompañó en mas de un número de "viernes". Que sepamos sólo tiene un libro de poemas LA TRAVESÍA DEL OLVIDO que fue el XIII Premio de Poesía Hiperión. Como nos parece que retrata de un modo muy cercano diferentes sentimientos y estados de ánimo, hemos seleccionado alguno de sus poemas para que os acompañen este fin de semana.
Un abrazo

El Camino
Mi vida tiene forma de camino,
y un fondo de verdad en la maleta,
y una ilusión, ridícula y secreta,
dónde confluyen Dios y mi destino.
Mi vida tiene ya sabor a vino,
y a noches de relente y escopeta,
y a pan desmenuzado en la cuneta,
y a humilde vocación de peregrino.
Mi vida es algo tonto que dormita
bajo la higuera azul de la esperanza
mientras el tiempo, inexorable, avanza.
Mi vida es un clamor que resucita
cuando siente que existe, cuando alcanza
un poco del amor que necesita

El olvido
El olvido no tienen cordura ni castigo.
Se olvida sin proyecto,
a ráfagas de espanto e impotencia,
a golpes de memoria desertada,
y no somos culpables
del pasado que ardió sin dejar huella.
Venimos de un ruidoso laberinto
de anhelos y renuncias,
y en cada incomprensión hubo un peligro
que no nos destruyó porque olvidamos.
Nos fuimos despojando de todo lo inservible:
la fe, la tentación de aniquilarnos,
la paz de bostezar sobre la arena
y la credulidad arborescente.
Nos fuimos resumiendo, talando, cercenando
con la severidad de un jardinero
esclavo de la oferta y la demanda.
Atrás quedó el verano con sus ventanas rojas,
y toda yo, flamante y tornadiza.
Ya no sé qué sentí
esa primera vez en que me odiaron,
ni cómo me salvé de tanto hastío
cuando aprendí a callar en horas infinitas.
Me cuentan mis amigos que yo era luminosa,
y terca, y orgullosa, y confiada,
y que he tenido suerte.
¿Ganada? ¿Inmerecida?
Ya es tarde para hacerse una pregunta.
Escarbo en el olvido y sólo hallo
relámpagos de asombro y de impaciencia,
sed, una sed atroz, y la amargura
cínica de un limón;
una escalera
de empinados peldaños vengativos
que tengo que subir, desconociendo
cuál de entre todos ellos será el último.
A medida que subo, la maleta
me pesa más, y voy sacrificando
la juventud, la prenda innecesaria,
la joya falsa, la amistad fingida,
el rencor, la codicia, la inconsciencia,
todo lo que me oprime y me desgarra.
No sé ni adónde voy con mi equipaje,
ni cuánto amor me queda,
ni qué verdad me falta.
Sólo sé que consisto y persevero.
Si por una razón, eso lo ignoro.
Ser hasta reventar es mi destino.
Quien se inventó mi vida para nada
me la escribió en forma de camino

El Recuerdo
El recuerdo es la patria de los barcos hundidos.
Hay trozos de mi vida que habitan bajo el agua:
burbujas de lo amado, jirones de lo habido…
Mi copa y yo tenemos la misma sed amarga.
Se me ha muerto la hora como si fuera un niño,
tierna y luminiscente. Nunca podré enterrarla.
Fue demasiado leve, iba hacia el infinito.
Cupo el silencio en ella, fue demasiado clara.
Cupo en ella saberse catapulta y principio,
urdir sabias mentiras, armarse de esperanza,
burlarse de la noche, tomar lo apetecido,
negarse a la tristeza, romper, soltar amarras.
Esa hora, la hora del oro fugitivo,
cuando se arriba a puerto, cuando se arroja el ancla,
y uno comprende, y sabe, que el amor está escrito,
porque no hay otro viaje, ni existe otra palabra;
y parece que el aire se apelmaza en racimos,
y que la ropa quema, y que las flores sangran,
y que los labios tienen mojado su destino,
cuando todo comienza, cuando todo se acaba;
esa hora en que el rayo alza su pecho erguido,
y disipa las sombras, y ruge, y se agiganta,
ese cuerno exultante, ese golpe exquisito,
le ha cabido al recuerdo, lo llevo en mis entrañas.
Fue cumbre, fue cometa, fue pájaro incisivo,
fue pliegue, fue pañuelo, fue carne visitada,
fue la llave, la espuma que morirá conmigo.
Yo le debo mi fuerza al vuelo de una falda.
Si fue sólo un instante, los que le han precedido
fueron pasillos ciegos, pólizas necesarias,
y los que la siguieron tienen el tacto frío
de los jarrones rotos, de la belleza exacta.
¿Por qué será tan breve la gloria de un suspiro?
¿Por qué se tienen miedo la luz y la constancia?
¿Por qué los astros brillan, flotan en el vacío?
¿Por qué sobrevivimos al funeral del alma?
Aunque quise olvidarte, cuánto te necesito.
Quizás si no me hubiera marchado, si me llamas,
si la corriente empuja tu aliento contra el mío,
si se apiadan las rocas, si las olas nos salvan;
si la memoria tiene su fuego repartido,
si los perfumes besan, si los misterios hablan,
si el mar descubre a veces su tesoro escondido,
si hay hombres y caminos que nunca se separan;
si es preciso que seas, porque fuiste preciso,
y puede la marea devolverte a la playa,
si respirar a solas carece de sentido,
si no tiene sentido morirse de nostalgia;
surge en el horizonte, proclámate venido,
trepa hasta mi cintura, vuelve dónde me amabas.
Allá entre las arenas del fondo del olvido,
mi boca sabe a fruta, mi corazón aguarda
que empiece lo imposible, que ocurra lo que tarda
y, sin embargo, quiso, pudo haber ocurrido.

La Soga
Pudo haber ocurrido cuando la piel ardía.
Que en la vibrante arena del verano,
calzadas las espuelas,
tus ávidas pupilas traspasaran
las horcas del silencio.
¡El humor y el amor, qué cosas tan distintas!
Si no hubiera fingido, si no hubieras dudado.
Si me hubieras sellado la boca torturada
de abismos y clamores.
Esa boca adiestrada a soslayar misterios,
a hablar sin respirar por no entregarse,
por no dar a entender que se entregaba.
Si me hubieras vencido con tu aliento de hombre.
Si le hubieras mandado replegarse a la risa
y proclamado al fin que era la hora
de pasar a la carne conjugada.
Sé que pudo haber sido glorioso como el fuego.
Debiste hacerlo entonces, cuando la piel ardía.
Aunque de aquella noche enamorada,
aunque del beso que jamás me diste,
aunque del rito, nunca practicado,
de aunarnos porque sí, nada quedara,
hoy dos cómplices sabrían
que me amaste una vez. Con una basta.

La Meta
Cuando tropiezo, miro hacia delante
y me sacudo el polvo del camino
con la rotundidad de un remolino
que me arrastra hacia sí, que me levante.
Me dejo la pupila tan brillante,
que es como si del fondo del ocaso
más vigor extrajera, y más pujanza,
que del alba radiante mi esperanza,
y más venciera, cuanto más fracaso.
Mi vida ha sido una vehemente historia
de sueños, ambiciones y disparos,
mas cuanto ambicioné, soñé con daros
y, si lancé la flecha, fue a la gloria.
Ya me tengo aprendido de memoria
que soy un alma más en lo infinito,
y que lo que consiga se lo quito
a otras almas que sueñan y ambicionan,
a esta infame existencia su delito.
Pero se he de ser, pese a quien pese,
y, más que como quieran, como quiero,
porque digno de ser, y no sincero,
a nadie he conocido que lo fuese.
Que no os extrañe, pues, que me confiese
amiga de lo turbio y de lo hermoso,
ya que si en la inocencia hallé reposo,
también busqué placer en lo prohibido,
y tanto como peca de atrevido
tiene mi corazón de generoso.
No le dejé al misterio ni un resquicio.
Todo lo desnudé por ver cómo era.
Llegue al sí de la carne la primera,
y no llegué segunda al sacrificio.
De vivir libremente hice mi oficio
y de la dignidad, mi único credo.
Sé que contra la muerte nada puedo,
pero mientras existan dos orillas,
antes morir que hincarme de rodillas,
antes luchar que doblegarme al miedo.
Amé como lo saben mis amantes:
ésos que me estrecharon en sus brazos
hasta dejarme el alma hecha pedazos
o rendirse a mis pies, agonizantes.
Si heridas dejé abiertas, fueron antes
las que un amor infiel abrió en mi pecho,
y por no arrepentirme de lo hecho,
tampoco me lamento de mi suerte,
pues si para perder he sido fuerte,
lo soy para vencer con más derecho.
Vencer ha sido amar y ser amada
cobrándole a la dicha su retraso,
aunque no lo pregono, por sí acaso
hay quienes me prefieren desdichada.
Con mi sudor me gano la soldada,
la cual es tal, que es más que suficiente
para que pase yo medianamente
mis ratos preferidos, por ociosos,
sin tener que servir a poderosos,
ni andar a zancadillas con la gente.
Con esto y poco más me conformara
si no fuera verdad que mi talante
me arroja a una dialéctica constante
de cómo hacer que el mundo mejorara.
Mi pensamiento todo lo equipara,
no hay cosa que no enfrente a su posible,
y, pues hasta lo bueno es perfectible,
yo en mejorar lo bueno me entretengo,
cuando lo puedo hacer porque no tengo
que hacer más soportable lo terrible.
Para vivir en paz con mi conciencia,
dos cosas me he tenido aconsejadas:
no hallar placer alguno en las malvadas
y gozar de las buenas con prudencia.
Mi fuerza es el amor, mi fe, la ciencia,
mi solaz, la belleza y la armonía,
mi nacionalidad, la poesía,
mi distracción, las tácticas del juego,
y mi sueño, pasarme junto al fuego
largas horas en grata compañía.
Con una sola meta por delante,
que es dejarme esta vida cuando empiece
ella a cansarse de que yo tropiece,
y yo, de que mi orgullo me levante.
Cuando pueda decir que fue bastante,
que la tuve completa y ya sin ganas,
y lluevan sobre mí burlas y canas,
y hasta del aire se me dé un ardite,
cuando la mire y no la necesite,
entonces, sí, que doblen las campanas.
Morirse al fin, con el zurrón repleto
de recuerdos, caricias y temblores.
Morirse con los ciervos y las flores,
ensimismadamente y en secreto.
Irse a las esculturas de lo quieto,
y a la dulce acuarela de lo hundido,
y al libro silencioso de lo sido,
y a la irrompible paz de lo durmiente.
Quitarse la corona de la frente,
y descansar por siempre en el olvido.

Laura Campmany

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