martes, 13 de mayo de 2008

La historia de Amina

«El día que me bajaron a la plaza para ejecutarme había miles de personas que venían a ver aquello. Yo no podía hablar y decir que estaba embarazada. No paraban de insultarme, pero ni siquiera lloré porque iba a morir. Me tiré en el suelo. Y, de repente, me entró mucho miedo…»


LA HISTORIA Amina Al Tuhaif fue condenada a muerte en 2000, acusada de haber matado a su marido. Tenía 16 años. Estar embarazada la salvó de la primera lapidación y el presidente del Gobierno del Yemen, de la segunda. Pero nada la ha librado de las torturas, las vejaciones y diez años en la cárcel. En octubre salió de prisión, pero sigue viviendo encerrada y más asustada que nunca. Teme por su vida y por la de su hijo de cuatro años. No pueden salir de casa. Su única esperanza es poder abandonar el país. Ésta es la historia de Amina, contada por ella misma, que tuvo la desgracia de nacer en un lugar donde ser mujer ya es un delito. Yo nací en una pequeña aldea del Yemen llamada Hijarat Al Abbas, en la provincia de Al Mahawit. Vengo de una familia muy pobre. Creo que he sufrido siempre. Mi padre me casó cuando tenía diez años. Yo quería morirme, me negaba, pero mi padre me pegó y me dijo que ninguna hija de la aldea diría que no a su padre. Lloré mucho y dejé de comer, pero al final tuve que aceptarlo.Cuando me casé creo que mi marido, Hizam, tenía 25 años; yo sólo diez. Durante los dos primeros años logré no acostarme con él. Seguía jugando con los demás niños en la calle, pero mi marido me pegaba y me ridiculizaba ante ellos. Me hacía salir con el ganado y hacer las cosas de la casa. Cuando me quedé embarazada por primera vez, no sé cuántos años tenía. Creo que 13. Tuve una hija: Amani. Esa fue mi vida durante mis cuatro años de matrimonio. Y, después, un día, me acusaron del asesinato de mi marido. CRIMEN Y CASTIGOTodo el mundo en la aldea sabía que había un problema entre mi marido y Mohammed Ali Said Qaba’il. Se querían matar por cuestiones de dinero. Un día, mi marido, su padre y un amigo vinieron a casa y hablaron sobre Mohammed. Mi suegro me dijo que me fuera, pero oí que hablaban de hacerle algo a Mohammed. Al día siguiente le dije a mi marido lo que había oído la noche anterior. Me respondió que sólo estaban bromeando y que no dijera nada a nadie. Me prometió comprarme un vestido nuevo y portarse bien conmigo, pero... no cumplió su promesa. Dos días más tarde fui a ver al padre de Mohammed y le conté lo que había oído en casa. Me acuerdo que asesinaron a mi marido un día de ramadán. Aquella noche, él me dijo que dejara la puerta abierta porque hacía calor. Cuando fui a abrir, me encontré con Mohammed y otra persona. Entraron en casa y ahogaron a mi marido. Yo estaba con mi hija, que tenía poco más de un mes. La cogí en mis brazos. Quería gritar, pero uno de ellos me dijo que si lo hacía, me mataría. Me golpearon y me amenazaron si contaba algo. Yo veía a mi marido con los ojos abiertos, como si estuviera vivo. Luego lo cogieron y lo tiraron a un pozo. Más tarde vino su padre a casa y me preguntó por él. Yo le dije que se había ido a la mezquita. Le mentí. Tenía miedo. Pero lo buscaron por todo el pueblo, hasta que lo encontraron ahogado en el pozo. LA INVESTIGACIÓNAl principio yo tenía miedo y no me atrevía a hablar, pero después me sentí fuerte y le conté a la Policía que mi marido había sido asesinado. Permanecí en la comisaría tres días, pero estaba segura de que volvería a casa. Mohammed Ali Said Qaba’il era el asesino. Pero cuando se enteró de que yo lo había acusado, le dijo a la policía que él era mi amante y que yo había asesinado a Hizam. Me detuvieron. Cuando entré en la cárcel, sentía que me moría. Preferiría haberme muerto. Estaba embarazada de mi segunda hija. Sufrí todo tipo de torturas. Me quemaron. Al final les decía: «Escriban que yo he sido la asesina de mi marido». Si me hubieran obligado a decir que yo había matado a diez hombres, lo hubiera dicho. Tuve a mi segunda hija, Arham, en la cárcel. Me la quitaron nada más nacer y se la entregaron a la familia de mi marido. Murió en un accidente de coche a los 6 años. A ella no la veré nunca más. A Amani creo que tampoco. Pero me gustaría poder verla, abrazarla. Ojalá tenga una muñeca para jugar, ojalá no la obliguen a casarse, ojalá un día sepa la verdad sobre su madre.
LA CÁRCELMientras estuve en la prisión, me las arregle para escaparme en dos ocasiones. Me ayudó una chica que conocí dentro. Ahora, ella está muerta. Nos fugamos de madrugada y nos escondimos en casa de un conocido. Los militares comenzaron una búsqueda por todas las casas y, finalmente, nos encontraron y nos enviaron de nuevo a la cárcel. En la segunda ocasión, me ayudó un oficial. Me prometió que me protegería si me casaba con él. [Amina no tiene ningún documento que pruebe su segundo matrimonio. Se cree que fue violada por un carcelero en la prisión. Todavía mantiene cargos por adulterio]. Me dejó embarazada. Mi padre se enteró de que me había escapado y fue a buscarme con mi tío y mis primos. Cuando me encontraron, me entregaron en la comisaría de Al Mahawit. De allí, me trasladaron a la prisión central de Sanaa. Estaba embarazada de tres semanas. Después de tres semanas en la cárcel me condenaron a pena de muerte. Tenía 16 años. El día que me bajaron a la plaza para ejecutarme, estaríamos a mediados del mes de ramadán. En la plaza había miles de personas, curiosos de todas partes que venían a ver mi ejecución. Yo no podía hablar ni decir que estaba embarazada. Los familiares de mi primer marido no paraban de insultarme. Ni siquiera lloré porque iba a morir. Me tumbé en la plaza. De repente, me entró mucho miedo y grité. Me levanté y le pregunté al juez si podía hablar con él. El juez aceptó. Le dije que estaba embarazada. Me mandaron al hospital para averiguar si era cierto. Las pruebas mostraron que estaba en estado de siete semanas. El fiscal insistió en que la pena tenía que llevarse a cabo porque el feto no se había conformado todavía, pero el presidente del Gobierno ordenó parar la ejecución. Unos meses después de dar a luz a mi hijo Nassar, me condenaron de nuevo a pena de muerte. En la primera condena no estaba tan preocupada, estaba sola. Pensaba que así lo había decidido Dios. En la segunda, por mi hijo, no paraba de llorar. Me preguntaba dónde iría a parar mi hijo, ¿con quién se iba a quedar?, pensaba que iba a tener una vida desgraciada. UNA APARENTE LIBERTADNunca pensé que iba a salir de la cárcel. Ya han pasado diez años. El día que me dijeron que iba a salir no me lo creía. Sentí que volvía a nacer. Pero me he dado cuenta de que no hay ninguna diferencia entre la vida que llevaba antes y la que llevo ahora. Tengo miedo de la familia de mi ex marido. El presidente les ha ofrecido una indemnización de cincuenta mil dólares como `dinero de sangre´, pero no la han aceptado. Estoy preocupada por mi hijo. No me atrevo ni a dejarle jugar en la calle por miedo a que le pase algo. Nunca he sabido lo que es la felicidad. Ahora sólo me queda esperar que algún día pueda empezar una nueva vida lejos de aquí con mi hijo. Eso debe de ser la felicidad, ¿no?
Fátima Ovejero

No hay comentarios: